Ecuador 12/02/2018

ATRAPADO EN EL BUS
Lunes 12/02/2018
Inicialmente el viajero solitario pretendía a Puerto López para visitar la playa de Los Frailes y la isla de La Plata. Pero mucha gente ha tomado vacaciones por carnaval y apenas hay alojamientos. Por este motivo, el viajero ha decidido cambiar de rumbo. Ahora pretende ir a Alausí, para viajar en el tren que hace su recorrido por la Garganta del Diablo.
Marcha a la terminal de buses, un río de personas circulan por los inmensos pasillos. Pregunta por la boletería para Alausí y después de un rato consigue llegar. La ventanilla está cerrada, debe esperar tres horas y media para tomar el próximo bus. No sabe qué hacer. Se le acerca un joven, acompañante del chofer, y le dice que puede tomar el bus hasta Riobamba y de allí otro para Alausí, y que salen en cinco minutos. No se lo piensa, toma el billete y se dirige al embarque de la segunda planta.
– Más vale que hay escaleras mecánicas – murmura para sí .
Llega justo a tiempo para salir y se embarca pacientemente en lo que sospecha va a ser otra nueva paliza de viaje.
La salida de Guayaquil resulta bastante rápida. Otra vez vuelve a ver a los lados de la carretera gran cantidad de bananeras. El bus para constantemente recogiendo nuevos viajeros. En ocasiones algunos deben viajar a pie en el pasillo.
La mayoría de los buses tienen una cristalera opaca que separa, la zona del chofer y acompañante, del resto del pasaje; lo que impide ver la carretera y los nombres de los pueblos por donde transcurre la ruta, lo que genera cierta incomodidad e incertidumbre al viajero.
Otro hábito que no le agrada es que, la mayoría de la gente, come dentro del bus toda serie de comidas que ofrecen los vendores subíendose a bordo. Lo más curioso es que, según las pegatinas de la cristalera que separa el habitáculo del conductor del resto del pasaje, especifica claramente que está prohibido comer dentro del bus. Así transcurre el viaje, en una suerte de ir y venir de gente. 
En las poblaciones se celebra el carnaval lanzándose espuma con unos botes de espray que llaman cariocas y, lo que es menos agradable, huevos y agua desde balcones y azoteas; resultando muy improbable salir indemne.
Después de más de seis horas de viaje llegan a Riobamba. Debe hacer transbordo y, arrastrando la maleta por una calle adoquinada debe recorrer dos cuadras sorteando toda clase de obstáculos.
Toma el bus de Alausí y, nada más iniciar la ruta, quedan atrapados en una enorme trancadera producida por que el desfile de carnaval corta la ruta de salida. Más de una hora de atasco.
La circulación se torna extremadamente lenta y el bus sigue recogiendo gente que debe mantenerse de pie en el pasillo central.
Aproximadamente ocho horas después de la salida, llega a Alausí y toma un taxi que le lleva al centro de la población, hace una recarga del celular y busca un hostal para descansar.
Mañana tomará el tren.
– Más vale que el esfuerzo haya merecido la pena – murmura el viajero en soliloquio .


HOY NO HAY PRESENTACIÓN


San Pedro
ALAUSI Y COLTA
Martes 13/02/2018

Perdió el tren. Martes de carnaval. Día feriado.
Muchas personas aprovechan estos días para hacer una escapadita. No hay billetes.
– Si compro un circo... – el viajero no termina la frase –.
– ¿El señor decía? – solicita la muchacha de la boletería –.

– Disculpe señorita. Es una expresión que confirma que hoy no es mi día de suerte – aclara el viajero –.
La muchacha se encoge de hombros, mientras le aclara que solo tiene billetes para el turno de las ocho, del siguiente día.
– ¿Desea el señor un billete? Son veintidós dólares. Puede pagar con tarjeta sin cargo alguno. ¿Me permite su pasaporte? Indíqueme la dirección de su correo electrónico.
– Muchas gracias señorita. Muy amable – se despide el viajero –
– No se moleste señor. Gracias a usted – le replica sonriente la muchacha –.
Puente Negro
El solitario viajero tarda unos breves momentos en modificar sus planes. Le indican que es interesante que vea el Puente Negro, una construción en hierro con remaches, obra de Eiffel. Saca unas fotos. 
Klever, el artesano
De camino al hotel Europa,donde está hospedado y ha dejado en depósito su equipaje, se para a curiosear en una pequeña tienda en la que se exhiben unos trenecitos de madera. Charla un rato con el artesano y le hace un retrato.
Llega al hotel. Saluda a la recepcionista y pregunta:
Laguna Colta
– ¿Puedo quedarme una noche más?
– ¿Cómo no señor? Son veintiún dolaritos con el desayuno.
Paga en efectivo y recupera el equipaje llevándolo de nuevo a la habitación. 
 – Disculpe señor pero la habitación no está lista – le indica la recepcionista siguiendo sus pasos –.
– No se preocupe. ¿Puedo dejar mi maleta? – solicita el viajero –.
– Cómo no señor – responde la muchacha mientras se despide –.  Saca la computadora y hace unas comprobaciones. Se decide al minuto por ir a Colta: el antiguo y primigenio Quito – según reza la información – en cuyo lugar se encuentra la laguna Colta Kocha, en quechua, traducida al español: laguna de los patos. Dos horas de bus en dirección Riobamba.

El bus para en la intersección de la carretera que va en dirección Guayaquil y la que continúa en dirección a Quito. Un grupo semafórico regula el cruce. Hay un tremendo atasco y la policía caminera se esfuerza por darle trago. Justo a su derecha se encuentra la laguna.
En la laguna se da un paseo en un yatecito. El complejo está lleno de familias que aprovechan el día feriado. Junto a la laguna explica el patrón se encuentra la primera fundación de Quito, solo se aprecian unas edificaciones en una de las orillas del lago. Gran cantidad de totora cubre parte de la laguna y sirven de refugio a las aves acuáticas, cuyos nombres el viajero no se esfuerza en memorizar.
Ermita de Balbanera
Después del paseo, soportando estóicamente la grosería de los domingueros, sale del recinto y camina hasta la iglesia capilla de Balbanera (no confundir con Valvanera en La Rioja. España).
De camino se topa con una gran cantidad de puestecitos de cómida en donde hacen todo tipo de asados de cuy (conejillo de indias) y de chancho (cerdo). 
Preparando el asado
Observa que los lugareños, de casi todos los lugares que ha visitado, tienen la costumbre de comprar comida en la calle y también en los buses. En unos embases desechables de plástico, con sus correspondientes cubiertos, también desechables, se les ve comer por cualquier lugar y a cualquier hora.
Asadora de Cuy
La pequeña ermita se encuentra al borde de la carretera y en su interior se observan grán cantidad de velitas multicolores que lanzan sus plegarias hacia la bóveda.
Tras la visita toma el típico almuerzo compuesto de sopa, un plato con ensalada, arroz y carne, acompañado de una cervecita. Todo ello por cinco dólarcitos.

Repuesto del paseo retoma el bus de vuelta a Alausí. Continúa callejeando por sus empinadas calles y una simpática muchacha, a la que calcula no más de catorce años, se le acerca y le hace de cicerone, rompiendo la regla básica de no hablar con desconocidos. 
compañeras de Diana
Caminan en solitario por las vías del ferocarril en desuso. En una de las calles se topan con unas compañeras de estudio de la muchacha vestidas de carnaval. El visitante les hace unas fotos y les pide su correo para enviarselas.

Diana la guía
La niña le lleva a la plaza de toros, allí se prepara una capea con vaquillas. Las desagradables cariocas escupen su espuma a su alrededor y algunos muchachos se entretienen echando agua con palanganas de forma indiscriminada. La gente les ríe la gracia. El viajero protege su cámara con el cuerpo evitando que se moje.
La corrida
Cuando entiende que la cosa se pone pesada se retira del coso y sube las empinadas cuestas hasta llegar al hotel, deja la cámara en la habitación y, ya oscureciendo, sale a tomar algo. El día ha sido intenso, mañana le toca hacer su paseito en tren hacia la nariz del diablo.





EL TRENICO DE ALAUSÍ
Miércoles14/02/2018 
El revisor

Hoy si que toca viajar en tren. El viajero llega puntual a la cita. Entabla conversación con tres simpáticas compañeras de viaje. Hoy tiene el día hablador. Mar, otra viajera solitaria, y sus dos acompañantes que vienen de Quito casualmente tienen sus asientos junto al asignado al viajero.
Vista desde el tren
El tren incia su marcha descendente desde la estación hacia el barranco. Resulta muy difícil poder obtener buenas fotos del maravilloso paisaje que les circunda. Al fondo, un riachuelo tormentoso discurre alocado sorteándo las rocas y tornando, en ocasiones, en tumultuosas cascadas.
La mano de Mar
Los pasajeros van de una lado al otro tratando de captar las imágenes con sus cámaras y celulares, ajenos a las explicaciones de la guía.
Al final, una parada amenizada por un grupo folclórico del lugar, danzando al ritmo de la música andina.
Mar y sus compañeras
Veinte minutos en la base de la cresta de la nariz del diablo. Regreso a la estación. Fin del viaje. Satisfacción.
Mar también va a viajar a Guayaquil en compañía del viajero. Sus compañeras vuelven a Quito. Se despiden. 
Quedan tres horas de espera y regresa al hotel. Amablemente le permiten entrar en una salita a escribir su crónica viajera y preparar sus presentaciones.
Puntualmente sale el bus a Guayaquil cuatro horas charlando con Mar no se le han hecho pesadas. La carretera en algunas zonas está peligros. Las lluvias han provocado derrumbes que deben sortear por desviaciones al borde de grandes precipicios. La pericia y la prudencia del conductor han conseguido que los viajeros lleguen sin incidentes a su destino.
Se despiden en la terminal deeándose suerte y, con mucho morro, decide repetir en el hotel Continental.


 




OTRO NUEVO DÍA EN GUAYAQUIL 
Jueves 15/02/2018
La mañana está lluviosa y eso impide moverse por la ciudad. No obstante, ha paseado en busca de una lavandería y no la ha encontrado. Sigue con el emperro de visitar Isla Puna; hasta que al final ha dado con una persona en las oficinas de la municipalidad que le ha dado un mapa e indicaciones para tomar una lancha.
Parada de Metrovía
Tras del almuerzo, se ha desplazado con el bus de la  metrovía  - un autobús articulado que se mueve por la ciudad por un carril exclusivo - hasta el muelle de Caraguay.
El acceso estaba cerrado. El guarda de seguridad de la garita le ha indicado que, mañana viernes, a medio día, sale una lancha rápida hasta Isla Puna.
Después se ha metido por una calle próxima al mercado y ha estado charlando con un grupo de adolescentes que estaban fumando mariguana.
El barrio se encontraba lleno de basura y con charcos por todos los lados, casas destartaladas y puestitos de asados soltando humo. Un barrio popular de aspecto poco apropiado, estando sólo, para sacar la cámara ni tan siquiera el celular para hacer unas fotos. Pero se le antoja un buen lugar para hacer un buen reportaje fotográfico.
Los muchachos le han preguntado curiosos de dónde era y que hacía solo por allí. La presencia de un policía motorizado, que ha aparcado su moto en el lugar, le ha permitido entablar una breve conversación.
En el momento en que el policía se marchaba, muy atento a todos los movimientos a su alrededor, se ha despedido dándoles la mano uno a uno y ha vuelto a tomar el bus de la metrovía, atestado de gente, hacia el centro.
Después de escribir esta crónica el viajero se retira a descansar. Buenas noches.

Hoy tampoco tenemos reportaje




LA AVENTURA DE ISLA PUNÁ
Viernes 16/0 2/2018

Deja su maleta en el hotel y mete lo imprescindible en su mochila. Destino: Isla Puná. ¿Por qué? Ni lo sabe ni le importa. Es una de sus inexplicables intuiciones, su necesidad de conocer algo poco habitual, sobre todo en estas fechas.
Se presenta en la boletería del puerto de Caraguay dos horas antes de la salida de la lancha rápida. No quiere quedarse sin boleto. Consigue uno por seis dólares.

Corvinas
Mientras hace tiempo se da un paseo por el mercado central de Caraguay. Le han metido el miedo en el cuerpo y no se decide a sacar su cámara, conformándose con obtener alguna imagen con el celular.
Pasea también por el barrio con prudencia. Al llegar al embarcadero se decide a sacar su cámara y la mantiene colgada durante todo el trayecto. La lancha, con dos potentes motores, se lanza a toda velocidad planeando por el río Guayas. El trayecto demora no más de ochenta minutos. 
Aves carroñeras compartiendo comida
Desembarca y, ante sus ojos, aparece un sin número de barcas varadas en la orilla rodeada de todo tipo de desperdicios. La marea está baja. 
Todas las personas que se va topando a su paso por el camino embarrado le saludan amablemente.
Algunos se le acercan curiosos y le preguntan:
– ¿De dónde es usted? ¿Le gusta Ecuador? ¿Viene de paseo?
– Soy español, se nota en mi acento ¿verdad? – responde agradeciendo la atención.
La mayoría tiene parientes, amigos y conocidos en España y se interesan por saber cómo está el asunto del trabajo ahora.
– En Puná solamente hay trabajo de pesca, pero apenas llega para hacer plata – se lamentan algunos–.
El visitante les explica la situación, recomendándoles que esperen a que haya más posibilidades de empleo en el futuro.

Niño saliendo de casa
Las casas son muy humildes y están llenas de niños que juegan descalzos por las calles embarradas y repletas de desperdicios. Todo el mundo se conoce y miran y saludan al viajero.
Salto del angel
Al atardecer en cada placita, en cada bancada. La gente charla amigablemente y bromea. Los jóvenes aprovechan la subida de la marea para lanzarse de las embarcaciones o del puente y zambullirse en el agua. Así se entretienen, demostrando sus habilidades acuáticas.
Espectadores de boleibol
Otros, no tan jóvenes, practican voleibol arropados y arengados por un grupo de espectadores.
La gente es muy acogedora, tranquila y apacible. Están atareados con la pesca. Generalmente salen al amanecer y si la marea es propicia, capturan bagres y corvinas. 

Ofreciendo pescado
De regreso, a medio día, descansan en sus hamacas, reparan las redes y adecentan sus barquitas. Pieles curtidas por el sol, sonrisa franca escondida bajo sus gorritas visera, pantaloneta, camiseta y pies descalzos. No necesitan más.








DE GAUYAQUIL A PUERTO LÓPEZ
Sábado 17/02/2018

Se levanta muy temprano, la lancha sale a las siete y quiere estar puntual en el embarcadero. Busca un lugar donde desayunar algo pero todo está cerrado. 
Las embarcaciones se preparan para iniciar su salida. La marea esta alta y es el momento propicio para la pesca. 
El viajero observa la salida de las lanchas, parecen haberse puesto de acuerdo y todas salen al mismo tiempo, entre las bromas y risas de los pescadores que, esperanzados se dirigen a los caladeros. En poco tiempo las barquitas se van perdiendo en el estrecho. El sol asoma con pereza entre las nubes.
La lancha aparece en el embarcadero y los pasajeros se embarcan poniéndose el chaleco salvavidas, La embarcación está completamente llena. En aproximadamente hora y media llegan al puerto de Caraguay y de allí el viajero se dirige al hotel, no sin antes tomar un desayuno reparador. Recoge su maleta y marcha a la terminal de buses.
Aunque se pasaron los carnavales la estación mantiene su constante bullir de personas arrastrando sus maletas. Localiza la boletería y consigue un billete para Puerto López, sube al segundo piso por las escaleras mecánicas, toma el bus.
Como siempre el viaje está amenizado por un constante devenir de personas, viajeros que suben, otros que bajan. El bus para en cualquier parte o reclama en las paradas: ¡Jipijapa! ¡Jipijapa! ¡Suban no más, apúrense!
Los vendedores suben en cualquier parada y anuncian sus productos. Algunos ofrecen remedios para curar todo tipo de enfermedades.
Después de más de dos horas llegan a Jipijapa. El viajero debe hacer transbordo para llegar a Puerto López. En la terminal de Puerto López toma un motocarro que le lleva al hotel Ancora.
 
En el hotel le recibe con suma cordialidad un muchacho que se dirige al viajero en inglés. No es la primera vez que le ocurre, la gente le confunde con un turista americano de los EEUU.
Con un español defectuoso el muchacho “Miguelito”, dice llamarse, le indica que el dueño también es español. Mantiene una charla con Gema la esposa de Javier.
Se acomoda y pide algo para comer. Javier ya ha hecho acto de presencia y le ofrece un pescado muy bien cocinado y un buen vino chileno.
Mantiene una larga conversación y le invita a dar un paseo con su camioneta y su perro por los alrededores, presentándole a otros españoles que al igual que él tienen negocios de hostelería en el lugar. 
Tras el paseo, el viajero dedica parte de la tarde a descansar en su cabaña y escribir su crónica. Afortunadamente hay buena señal de Wifi. Al atardecer se da un paseo por el malecón de la larga playa, inundado de casetas en las que se ofrecen comidas y tragos acompañados de música. Se retira pronto y se acuesta. 
Mañana visitará la Isla de La Plata.

SIN PRESENTACIÓN


ISLA DE LA PLATA
Domingo 18/02/2018
Le vienen a recoger al hotel y le acompañan al embarcadero. Un grupo de personas se encuentra ya en el muelle, preparada para embarcar en la lancha que les lleva a la Isla de La Plata. Unas veinte personas se acomodan en la embarcación con sus correspondientes chalecos y toman rumbo a la isla.
Antaño la isla era de propiedad privada, pero al no conseguir agua potable, el propietario la cedió.
Costa de Isla de la Plata
Ahora pertenece al Estado y no está habitada, solamente los guarda parques utilizan el edificio. Antes de abordarla, en las proximidades, se observa una gran actividad: un gran banco de peces sirve de alimento a un enorme grupo de delfines que se lanzan a capturar sus presas. Enseñan sus lomos grisáceos y algunos pegan enormes saltos cabriolas fuera del agua. El guía informa a los pasajeros que no es muy habitual observar este fenómeno.
Piquero bebe
La embarcación gira en círculo rodeando los delfines y estimulando su actividad. Varios minutos después desaparecen.
Desembarcan en la Isla y se dividen en dos grupos para dar un paseo. El viajero se decide por el más corto, más apropiado para su edad.
La subida se le hace pesada y debe descansar a ratos para recuperar el resuello. Un intenso calor húmedo le empapa de sudor. Por el camino encuentran cantidad de "piqueros de pata azul"
Madre e hijo
Los bebés vigilados por sus progenitores se encuentran cubiertos de plumón blanco y sus patitas todavía no tienen color azulado. Llegan a unos acantilados en los que los piqueros jóvenes ensayan sus primeros vuelos. La vuelta se le hace más fatigosa.
Vuelven a la embarcación. Observan una tortuga gigante que se acerca a comer los restos de sandía que les han ofrecido.
Piquero de patas azules
Todos se preparan para hacer un paseo por la orilla haciendo snorkeling. El guía les va señalando las enormes mantas raya que, apostadas en el fondo arenoso, les observan con sus ojos saltones. Algunas tienen una envergadura de tres metros. Multitud de peces de colores nadan en derredor. También se observan corales.
De pronto, un intenso dolor en la parte derecha de su cuerpo acompañado de picazón le despierta de su placentera visión, otro muchacho que se encuentra a su lado siente lo mismo. Se retiran a la embarcación molestos. Han atravesado un grupo de medusas, aguas malas, les llaman. Sube a la embarcación, su brazo derecho está lleno de sarpullidos. El escozor se mantiene. El guía le quita importancia y les indica que poco a poco desaparecerá.
Regresan a Puerto López.






De Puerto López a Manta
Lunes 19/02/2018

Hotel Ancora
El viajero se despide del Hotel Ancora, muy agradecido por el excelente trato recibido de sus anfitriones Javier, Gema y Miguelito. Al final ha decidido ir a Manta y, en lugar de continuar su paseo por la costa ecuatoriana, prefiere hospedarse en Quito y de allí realizar la visita obligada a La Mitad del Mundo y a Otavalo y alrededores.
Ya tiene contratado un vuelo a Quito. Así que sólo piensa estar una noche en Manta.
Playa de los Frailes
De repente recuerda que todo el mundo le ha recomendado que visite la  playa de Los Frailes. Aunque apenas le queda tiempo, no se resiste a hacer una breve visita al lugar. Pide un taxi y en pocos minutos llegan a la caseta de entrada del parque. Ha llovido copiosamente por la noche y ponen inconvenientes para ingresar con el vehículo. El taxista, habilmente, convence a la encargada para que nos facilite el acceso.
Playa de los Frailes
Ella accede con la condición de que lleve también a tres muchachas que van de camino y a las que les ha impedido entrar con su carro. El camino tiene barro, pero se puede transitar con prudencia. Recogen a las muchachas y en breves instantes llegan a una hermosa e inmensa playa con fina arena grisácea en la que apenas podían verse una veintena de personas. El viajero dispara algunas fotos para dejar constancia de su visita y se lamenta por no disponer de tiempo dedicarle varias horas de paseo y llegar al mirador que se divisa en lontananza, pero impregna su retina de la fantástica visión.
Javier y Gema
De regreso al hotel para recoger el equipaje, Javier, Gema y Miguel están en el restaurante. Charlan un rato amigablemente. Dispara unas cuantas fotos de recuerdo. Se desean buena suerte y hasta la próxima.
Miguel
Miguelito muy amable le lleva hasta la terminal de buses. Toma un billete para Manta. Como tiene que volar a Quito, para las siete treinta del siguiente día, ha reservado un hotel próximo al aeropuerto.
Otra nueva etapa en bus. Se ha convertido en una rutina viajera. Esta vez un poco más corta, tres horas más o menos. La carretera discurre paralela a la costa y, de las ventanas laterales, se observa el océano en calma. Lamentablemente, la cristalera que separa el habitáculo del conductor, cubierta con una cortina, del resto del pasaje, impide ver la carretera y es muy difícil ubicarse. 
Llegan a la tarminal de buses de Manta y, aunque el hotel está próximo, toma un taxi para evitarse el traslado de la maleta por las tortuosas aceras repletas de baches y obstáculos.
Paseo del Malecón
El Manta Airport Hotel, se encuentra próximo a las dos terminales: la de autobuses y el aeropuerto. Es un hotel funcional y de reciente construcción que cumple con las pretensiones del viajero. Se registra, deja el equipaje y se traslada al centro de la ciudad para almorzar, dar un paseo y registrar algunas imágenes.
Playa de Manta
La impresión no puede ser mejor. Un puerto al fondo a u izquiera y una larga playa limitada por el malecón. Al igual que en Gauyaquil las iguanas habitan en el parque próximo a la carretera, junto a un paso aéreo de peatones que une el centro con el paseo del malecón. 
En cualquier caso, no se encuentra con ánimo de pasear por la playa, y se conforma con tirar alguna foto del fugaz encuentro con la ciudad.
Se retira pronto, debe levantarse a las seis de la mañana y está algo cansado.


 DE PUERTO LÓPEZ A MANTA



VOLANDO VOY
Martes 20/02/2018
 Se levanta temprano, desayuna y cuarenta minutos antes de salida ya está pasando el control policial en el aeropuerto.
El avión despega puntual y en menos de cuarenta y cinco minutos se encuentra en la terminal de Quito esperando que aparezca el equipaje. Recuperada su maleta sale a tomar el bus que le llevará hasta el aeropuerto antiguo y, de allí, toma un taxi para llegar hasta el centro histórico, donde se encuentra su hotel.
No tenía reserva en  el Hotel Plaza Sucre, pero anteriormente, el día siete de febrero, cuando se anuló el vuelo desde Catamayo, tuvo que anular su reserva y recibió el aviso de que le iban a cobrar, envió una solicitud al respecto y  no todavía esperaba respuesta. 
En la recepción le aclaran que no han ejecutado cobro alguno, lo que tranquiliza al viajero, que tenía dudas de si tenían acceso a su tarjeta de crédito. Posteriormente le piden sesenta dólares día y, el viajero les aclara que a través del portal donde había reservado anteriormente es más económico. Aceptan rebajarle diez dólares y reserva por una noche.
Deja sus cosas y se marcha a dar un paseo, ya se mueve sin problemas por el centro histórico y le encanta recorrer sus calles a paso lento y cansino, tratando de evitar que le afecte el mal de altura. 
En su periplo encuentra unas personas, pertenecientes a una asociación promotora del sí al reciente referéndum, en la plaza grande, agitando unas banderas y pidiendo firmas para constituirse en partido político. Al rato en  otro lugar, próximo al palacio presidencial, grupo interpreta música andina. El estómago reclama justicia y toma un almuerzo en un restaurante económico.
En el bus que va al Tejar charla con un grupo de estudiantes que le aconsejan que tenga mucho cuidado, que esconda su cámara, porque son frecuentes los hurtos y robos. Les agradece el consejo y les regala unas fotos, que promete enviárselas.
Junto a unos túneles se encuentra del nudo de conexión de los buses en Tejar. Se asciende por unas escaleras al lugar. La gente se coloca en una especie de acera. Los buses pasan constantemente en dirección a diferentes barrios del corredor sur. Apenas espera cinco minutos y sube en uno que anuncia en un cartel Mitad del Mundo, no sin antes cerciorarse preguntándole al cobrador. Tiene suerte de encontrar un asiento. No es hora punta.
Aproximadamente media hora después se encuentra en el acceso, como ya tiene aprendida la lección, presenta su carnet de conducir para que comprueben su fecha de nacimiento, y solicita la tarifa reducida - mitad de precio-, cuatro dólares.
Se pasea caminando lentamente por entre las edificaciones del lugar y, después de tomarse un café y mironear, se enfrenta al edificio de la torre cuadrangular, culminada con la bola del mundo, en donde están inscritos los cuatro puntos cardinales. 
Una raya amarilla indica el lugar exacto del ecuador que se topa con la mitad exacta de la cara este de la torre y continua posteriormente por la cara oeste. En un pequeño pedestal hay un huevo. Los visitantes lo colocan verticalmente sobre la cabeza de un clavo y consiguen mantenerlo en equilibrio sin que se caiga. 
El viajero no se encuentra especialmente motivado por investigar el porqué. Ni trata de ensayar. 
En el interior hay varias salas a las que se asciende a través de unas escaleras que llevan a un mirador.
En ellas hay paneles explicativos de determinados curiosidades científicas que se producen en la latitud cero. Dos han llama atención sobre las demás: Se pesa menos, dado que la fuerza gravitatoria es menor.
 En cualquier caso, si estás en Quito tienes que visitar el lugar, pero creo que está muy mitificado y demasiado enfocado al turismo – opina el viajero murmurando mientras se aleja del lugar en dirección sur –.
– Hay cosas mucho más interesantes de visitar – insiste –.
Sale del recinto y comienza a oscurecer. Pregunta a un autobús que para a su lado si va a Tejar. Le dicen que ya ha pasado el último. Un taxi se acerca y se ofrece a llevarle, pregunta el precio y le dice que son venticinco dólares. 
– Por ese precio me voy caminando – le responde el viajero molesto –.
Después, una amable señora que pasaba junto a ellos, testigo de la conversación, al alejarse el taxi enfadado, le informa que al otro lado para un bus que le lleva a un enlace con el metrobús que va al centro.
Sigue el consejo, el trayecto es más largo que el de la ida, pero efectivamente consigue subir al metrobús y, una hora más tarde se encuentra en las proximidades del hotel. 
Cena una pizza y se retira a descansar. Contrata un hotel en Otavalo para dos días y se acuesta.




OTAVALO
Miércoles 21/02/2018  
Autovía a Otavalo
El viajero deja en depósito su maleta en el hotel y recoge en su mochila únicamente lo imprescindible para pasar dos días en Otavalo. Como ya domina la forma de desplazarse por Quito en autobús: se dirige a la Terminal Playón de La Marín, bajando por la calle Sucre; toma el metrobús que le lleva a la terminal de Carcelén, y de allí el bus a Otavalo.
El ahorro es muy considerable y, además, eso permite acomodarse a la forma habitual de desplazamiento de la mayoría de los quiteños. El único inconveniente, como en todas las aglomeraciones, es que hay que estar muy vigilantes para evitar hurtos y robos.
Ciertamente, en las populosas ciudades ecuatorianas, al igual que en toda Sudamérica, se producen diariamente muchos delitos contra la propiedad. Pero, gracias a la contribución del amarillismo informativo, el fenómeno de la inseguridad está especialmente amplificado: 
En cualquier cadena televisiva o medio de prensa escrita, se destacan de forma sistemática actos delictivos, dando las mismas noticias con obsesiva reiteración. Obviamente, la consecuencia inmediata no puede ser otra que mantener a la población en permanente alarma y, desgraciadamente, la merma de la libertad de movimientos.
El viajero mantiene una prudente vigilancia, pero se niega a obsesionarse con la idea de que puede ser objeto de algún robo. Tiene claro que puede llegar a ocurrirle, nadie está libre, sobre todo si circula sólo, y asume que en el caso de que alguien trate de robarle, no ofrecerá ninguna resistencia. Pero lo que todavía tiene más claro es que no piensa dejar de moverse con libertad por donde considere conveniente.
La opción de apuntarse a empresas que organizan tours turísticos no le seduce, prefiere ir a su aire: menos seguro, pero más libre. Además cada vez que ha contratado un tour, la sensación es que ya le han quitado la cartera de forma elegante.
Llega a Otavalo y se dirige el Hostal Rosa Otavalo, próximo a la terminal de buses. Es hora de almorzar y, después de registrarse, se premia con un copioso almuerzo para cargar baterías.
Con el cuerpo alegre, se traslada a una plaza plagada de puestos de artesanía y se  dedica a curiosear. Después vaga por las calles principales del centro.
Llama poderosamente su atención el precioso atuendo de las otavaleñas y, sobre todo, los complementos de pendientes, pulseras y collares dorados en sus cuellos. Trata de obtener alguna imagen, pero no tiene éxito, no consigue que ninguna se deje retratar.
Iglesia catedral
Comienza a llover con intensidad al atardecer y no tiene más remedio que volver al hostal, no sin antes merendar algo.
El muchacho de la recepción le recomienda que mañana vaya a conocer la laguna Cuicocha que se encuentra próxima a la ciudad.
Se acuesta con este propósito.




UNA EXPERIENCIA MÍSTICA
Jueves 22/02/2018
Plaza de Quiroga
Siguiendo los sabios consejos del recepcionista el
viajero se dirige animoso a conocer Cuicocha "Laguna de los Dioses", originada hace aproximadamente 3000 años con la erupción del volcán Cotacachi. Es un cráter volcánico de unos cuatro kilómetros de largo por tres de ancho y hasta doscientos metros de profundidad. Sus azuladas aguas son producto de los deshielos del volcán por vertientes que la nutren a través de su interior.
Sus aguas no están habitadas por peces, dado que reciben gases y aguas sulfatadas. Únicamente la pueblan unos patos que se alimentan de las plantas que crecen en el fondo próximo a las orillas.
En la terminal toma un bus hasta Quiroga, que le deja en la plaza. Al descender, un taxista se ofrece a llevarle hasta la laguna. Le deja en la entrada y le dice que volverá a recogerle dos horas más tarde, a mediodía, y que tiene tiempo suficiente para pasear y embarcarse en una de las lanchas que se encuentran en el embarcadero.
Se aproxima al lugar. En una de las embarcaciones un muchacho se afana en tareas de limpieza.
– Buenos días señor – saluda el visitante –.
– Buenos días, ¿qué desea? – le responde el barquero –.
– Desearía dar un paseo en la lancha. ¿Cuánto cuesta? – pregunta el viajero –.
– Son tres dólares cincuenta y ocho personas mínimo. Si desea salir ahora sin esperar a que vengan más personas debe abonar las ocho plazas. – aclara el muchacho –.
El viajero hace cuentas y decide esperar a que se incorporen más personas. Mientras tanto se vuelve hacia la entrada y toma un camino empinado, muy bien cuidado y repleto de escalones.
Está a más de tres mil metros y al ir ascendiendo por las escaleras comienza a sentir la fatiga en sus piernas y falta de oxígeno. Debe reducir su marcha a paso lento y parar cada poco. Siente las pulsaciones en las sienes, ya queda poco para llegar al mirador que asoma a la vista. Un último esfuerzo y se sienta a contemplar el paisaje. Se encuentra sólo. A escasos metros una persona, machete en mano, limpia la senda.

La visión de la laguna de aguas calmas y la niebla que cubre las montañas entre las que se adivinan unos tímidos rayos de sol, le hacen levantarse de su asiento y, aproximándose a la gran olla de piedra del sitio de las ofrendas, con sus brazos levantados simulando un vuelo, se deja llevar.
Siente su cuerpo liviano, como si levitara, y su espíritu rozando las frondosas laderas elevándose hacia la neblina. Una inmensa paz le atrapa con sus encantos en un placentero sueño de calma y silencio. En ese estado de éxtasis místico permanece un largo rato.
De pronto, unas voces le hacen despertar de su letargo.
– ¡Señor! ¡Señor! ¿Se encuentra bien? – cree escuchar –.
– Escuché voces y al verle con los brazos levantados creí que reclamaba ayuda – le aclara el hombretón del machete, acercándose a paso ligero y tratando de cerciorarse de que no pasaba nada –.
– Sí, estoy bien. No sé qué me ha pasado. Por un momento me he encontrado traspuesto. Me suele afectar el mal de altura y esta empinada cuesta me ha dejado agotado. Muchas gracias. – responde el viajero ya restablecido –.
– Parecía que estaba pidiendo ayuda – insiste el solícito auxiliador –.
– ¿Seguro que está bien? ¿No quiere que le acompañe? – vuelve a insistir –.
– No, muchísimas gracias por su interés, pero ya me encuentro totalmente repuesto. Muy amable – responde el viajero con convicción –.
– Baje despacio y con cuidado y tómese una infusión de coca en la cafetería. Le sentará bien – le aconseja el muchachote mientras se despiden –.
Un tanto perplejo por el suceso vuelve al embarcadero y en la cafetería pide una infusión de coca. La ingiere y descubre que no hay ninguna lancha en el embarcadero. Observa que las dos lanchas están navegando por la laguna. Consulta su reloj: faltan veinte minutos para las doce. Imposible embarcarse antes. Se va completamente repuesto a la entrada y el taxista llega en ese preciso momento.
Como ya tiene pagado el viaje de vuelta, decide volver a Quiroga y almorzar. El taxista le dice que no hay restaurantes en el lugar y le lleva a Cotacachi.
Cotacachi
Almuerza y, completamente recuperado, medita sobre lo ocurrido mientras pasea por la plaza principal. Especula sobre si la mística sensación percibida, pudiera deberse al lugar de las ofrendas a los dioses, pero rápidamente abandona la idea y la atribuye al agotamiento y la falta de alimento. No obstante reconoce que la situación era muy placentera y gratificante.
Vuelve a Quiroga en bus y toma otro taxi para volver a Cuicocha. Tiene el emperro de navegar por el lago.
El taxista que le lleva de nuevo a la laguna es un señor mayor, maestro jubilado, que hace de taxista para conseguir unos ingresos complementarios a su mísera paga. Muy amablemente le espera en el aparcamiento mientras el viajero realiza su travesía.
La embarcación está completamente llena, y eso dificulta el sacar alguna foto de provecho. Además comienza a llover. Aunque el paseo no le ha resultado todo lo agradable que imaginaba, ha satisfecho su deseo y no se arrepiente.
Vuelve a Quiroga, justo a tiempo de tomar el bus hacia Otavalo. Allí vuelve a dar su último paseo por la ciudad.
Siguiendo su rutina, vuelve al hostal, escribe algo, procesa las imágenes y se acuesta. El día ha sido muy interesante e intenso




TRES ÚLTIMOS DÍAS EN QUITO

Antepenúltimo día: el teleférico
Viernes 23/02/2018
Plaza de armas vista desde el Palacio Presidencial
Se despide del Hostal Rosa, un lugar muy económico con una magnífica relación calidad/precio. El viajero vuelve a Quito, para pasar los tres días que le quedan, antes de su regreso a España.
El bus de Otavalo le lleva a la terminal de Carcelén y desde allí, en metrobús, hasta la terminal Playón de la Marín. Una vez acá, el viajero debe subir por una empinada cuesta hacia la calle Sucre, en una de las paradas que hace para descansar, encuentra un establecimiento donde hacen uñas de gel. Tiene sus uñas deterioradas por efecto de la psoriasis que padece y ha encontrado la solución de cubrirlas con gel mejorando su estética. De ese modo evita, miradas de sospecha, o indiscretas preguntas, que le obligan a aclarar que tiene una enfermedad incurable y, en absoluto contagiosa, y que le dan aspecto desagradable a la vista.
Le atiende una muchacha venezolana que ha conseguido trabajo acá, huyendo de la pobreza a la que se encontraba sometida en su país. Mientras realiza su trabajo, le va explicando las enormes dificultades que pasa la población; lo cual  le animó a venir a Ecuador, junto con su chico, a buscar salida a la precaria situación en que vivían.
En las fronteras de Colombia y Ecuador se encuentran atrapados muchos venezolanos, que salen de su país buscando nuevas oportunidades. En los medios ecuatorianos, se informa de algunos incidentes producidos por venezolanos, amotinados en centros fronterizos. Las autoridades de ambos países, están tratando de regular el flujo migratorio descontrolado en los últimos meses.
Palacio Presidencial
Por desgracia, como suele ocurrir en estos casos, se empieza a percibir en parte de la población ecuatoriana, un rechazo ante lo que consideran una avalancha masiva de inmigrantes indocumentados, por temor a perder su ya precaria condición laboral. El viajero ha sido testigo en estos días de comentarios xenófobos de algunas personas, viéndose impelido a corregirles, argumentando:
Si ustedes rechazan a los venezolanos, no podrán quejarse si se sienten rechazados en otros países a los que ustedes emigran .
Lo cierto es que, aunque el rechazo es minoritario y anecdótico, corre el riesgo de extenderse, si no se toman medidas de concienciación de la población, para la acogida e inclusión de las personas inmigrantes.
Mientras realiza estas reflexiones, el viajero vuelve al Hotel Plaza Sucre, con la idea de alojarse dos noches. De nuevo tiene que negociar el precio. Recoge su maleta del depósito y entra en la habitación, mucho más amplia que la que ocupó anteriormente.
Un sol radiante ilumina la ciudad. Es el momento adecuado para intentar tomar unas fotos desde el teleférico: Ha tenido que posponer en varias ocasiones el intento. El tiempo no acompañaba.
¡Ahora es el momento! – Exclama el viajero animado –.
Con su equipo fotográfico oculto en el chaleco, toma un taxi hasta el teleférico. El taxista le deja en un parque ferial. Desde acá debe ascender varios metros, por una empinada cuesta hasta la boletería del teleférico. Calcula que ha pasado la barrera de los tres mil, porque comienza a sentir los síntomas en su cuerpo.
Es como si llevara un altímetro en su interior, que activara una alarma al superar esa altura sobre el nivel del mar. on paso lento y cansino comienza la ascensión. Esta vez ha conseguido regularse y únicamente ha realizado una parada de descanso, al contrario que otras veces.
Como ya tiene la lección aprendida enseña su documentación y solicita un billete reducido a mitad de precio.
Monta en uno de los trasportines o vagones, se encuentra sólo, haciendo honor a su nombre. Asciende lentamente y toma alguna instantánea. A su derecha unas nubes se acercan con inusitada rapidez cubriendo de una espesa niebla las cumbres. Tiene la esperanza de llegar al mirador final antes de que los nubarrones le tapen la visión por completo. Sospecha que la vista desde arriba del todo puede se espectacular.
Pero su esperanza va mermando, al comprobar la enorme lentitud de la ascensión, en relación con la gran agilidad con que la inexorable niebla se va acercando. Los peores augurios se cumplen, apenas puede conseguir alguna foto, antes de llegar al final del trayecto. Cuando llega a la cumbre, todo esta cubierto de una espesa niebla que todo lo inunda.
Sólo incumple la tercera condición
Además la sensación de opresión en la nuca y la dificultad para oxigenarse le indican que se encuentra a considerable altura. Un cartel confirma sus sospechas: más de cuatro mil.
Apenas se queda un par de minutos. No se ve nada, y comienza el regreso. Casi al final del trayecto a pocos metros, encuentra alguna zona despejada.
– Tenía la esperanza de poder ver desde lo alto la ciudad iluminada al atardecer..., pero no ha podido ser. – se lamenta el viajero resignado murmurando, mientras desciende la empinada cuesta que le hace recordar que tiene lastimadas sus rodillas –.
De regreso, todavía tiene tiempo de reiterar sus paseos por el centro histórico que tanto le atrae. Y, cómo no, se topa con una de las frecuentes manifestaciones que se producen en el entorno del Palacio Presidencial. 
Cena en un restaurante próximo, y camina despacio hacia el hotel, repasando mentalmente las novedades del día y haciendo planes para el día siguiente. Al llegar a la habitación comprueba que la señal de Wifi es muy escasa y no puede actualizar la información en el blog. Así que se acuesta temprano.




Penúltimo día: Encuentro surrealista
Sábado 24/02/2018
El inexorable paso del tiempo ha precipitado el día de su vuelta de este maravilloso país de una inmensa riqueza natural, variedad paisajística e intercultural a su tierra natal.
El viajero se debate entre la alegría de volver al hogar y la nostalgia del devenir del tiempo, que le hace sospechar, que cada vez le va a resultar más difícil repetir, en las mismas condiciones, su continuado periplo por Sudamérica.
Abandona este pensamiento y se lanza de nuevo a pasear. El día es espléndido. El sol radiante ilumina la ciudad, lo cual obliga al paseante a colocarse el sombrero de ala ancha, para resguardarse de más quemaduras en su castigada frente.
En el Palacio Presidencial hay una gran cantidad de turistas esperando el acceso. Pregunta en una caseta portátil próxima a la entrada y le informan de que la visita a las dependencias es gratuita, pero que debe pedir cita, ya que el número de visitantes está limitado. Le dan cita para las quince horas. 
Es mediodía: le queda tiempo para almorzar y descansar un ratito en el hotel. Se pone inmediatamente a la tarea.
Tras el almuerzo, cuando camina hacia el hotel, una persona le saluda y le pregunta dónde ha conseguido el sombrero. El viajero le responde que lo adquirió en Cuenca y le enseña la etiqueta interior para demostrárselo. 
El individuo se presenta con el nombre de Mario y, al reconocerle por el acento que es español, le dice que estudió en España, concretamente en Madrid, y que tiene muy buenos recuerdos de su época de estudiante.
La conversación continúa mientras se dirigen camino al hotel. El viajero le da detalles de su visita a Ecuador en solitario, alabando el país: la variedad de paisajes y culturas, y la amabilidad de sus gentes.
Al llega a la entrada, hace mención de despedirse; pero Mario le solicita acceso para hacer uso del baño. Vuelve y se acomoda en las butacas de la recepción continuando la conversación: recuerdos de juventud, detalles sobre su origen familiar, su estancia durante varios años en Nueva York y su interés por la historia y cultura ecuatoriana. En poco tiempo hablan de muchas cosas, al viajero le resulta interesante el personaje y reconoce su gran habilidad para conversar.
Consulta su reloj y le informa que tiene cita para visitar el Palacio Presidencial. Mario se ofrece a acompañarle, mientras tanto continúan charlando amigablemente. 
Mural de Guayasamin en el Palacio presidencial
Algunos detalles de la conversación resultan poco creíbles, pero el viajero le disculpa. Piensa que él también, algunas veces, cuando habla con desconocidos; con objeto de mantener el interés por la conversación, suele introducir datos que no se corresponden exactamente con la realidad: algunos pueden estar exagerados y otros simplemente inventados.
Consejo de Ministros
Llegan a la entrada del Palacio a la hora convenida. Cuando el viajero trata de despedirse, agradeciendo su amable compañía, Mario solícito le indica que le espera a la salida dentro de una hora, tiempo que calcula que dura la visita. El viajero le dice que no se moleste, pero Mario insiste que no es ninguna molestia. Al viajero no le queda otro remedio que aceptar.
Salón de convenciones
Antes de acceder a las dependencias, debe dejar la documentación a las fuerzas de seguridad que custodian el edificio y pasar un exhaustivo control, como si estuvieran en el aeropuerto. Posteriormente acceden, con  un distintivo en la solapa, acompañados de un guía que les va llevando por los salones: el salón del consejo de ministros, la sala de convenciones, el salón de recepción de autoridades y otras dependencias.
Sala de recepciones
Desde el balcón – donde diariamente el presidente o la vicepresidenta, recibe los honores de los disciplinados soldados, que saludan en formación en la plaza mientras se procede al cambio de guardia – los visitantes, incluido el viajero, recogen imágenes con sus cámaras.
Vista del Palacio
Terminada la visita sale. Escucha de inmediato la voz de Mario que le espera, así que, se acomoda a la situación y se deja llevar. Debe reconocer que su acompañante es un buen conocedor de la historia y cultura quiteña, le va desgranando con detalle en su recorrido una nutrida información, que le resulta difícil de procesar en su integridad.
En el patio de unos edificios, Mario recoge una semilla. Le comenta que tiene conocimientos de chamán y dejando la semilla en sus manos y colocando las suyas encima, improvisa un supuesto ritual, y le indica que debe guardarla, porque esa semilla le trasmitirá buenas vibraciones. El viajero comienza a sentir cierta incomodidad: eso le resulta sospechoso. 
Llegan a una calle muy animada y entran en una chocolatería, en la que les explican todo el proceso de transformación del cacao, para la obtención del chocolate como producto final. El viajero compra una cuantas tabletas.
Después, van a una cafetería y toman un café, mientras continúa la conversación y Mario insiste en manifestar que puede hacer evaluaciones de salud a través de la piel.
Toma su mano y la masajea suavemente, simulando recibir sus vibraciones. Lee los pliegues de la palma y trata de hacer interpretaciones. El mosqueo del viajero se dispara, pero le sigue la corriente. Piensa que todavía no hay señales preocupantes de alarma, que el tipo es un tanto extravagante, pero no parece peligroso.
Trata de despedirse educadamente, diciéndole que debe preparar su equipaje porque mañana regresa a España. Pero no lo consigue, insiste en acompañarle al hotel.
De camino Mario le dice que ayuda a los ancianos de un asilo, aportándoles ropas, medicinas y productos de higiene; que si desea colaborar. El viajero se siente obligado,  consiente y se resigna a ser acompañado.
Al llegar al hotel, el muchacho de la recepción le pregunta cuándo va a realizar el check out. El viajero aprovecha la oportunidad para  responderle que tiene que ir al aeropuerto antes de las doce, así que probablemente saldrá sobre las diez.
Sube a la habitación y Mario le sigue. Comienza a sentirse acosado. Tiene la maleta abierta y busca algún medicamento que le sobra: bloqueador solar y repelente de mosquitos. Los mete en una bolsa. Mario se interesa por su blog y se lo enseña en la computadora. Mientras tanto comienza a masajearle el cuello. Después le pide que se acueste y le introduce las manos en la espalda para realizar una supuesta evaluación de salud.
Esto último hace que el viajero entre en alarma y empieza a tener la certeza de que pretende seducirle. Con tranquilidad, se incorpora haciendo caso omiso de las explicaciones que le da. Está atento a todos sus movimientos y se excusa diciendo que debe organizar su equipaje y su traslado al aeropuerto. Intercambian sus correos electrónicos y le acompaña a la recepción. Mario le da un abrazo de despedida y promete mantener el contacto.
El viajero vuelve a la habitación y comprueba que nada falta. No encuentra explicación razonable sobre las pretensiones de Mario. Simplemente le queda la sospecha de intento fallido de seducción. Trata de no darle más vueltas al asunto. Decide calificarlo como: un encuentro surrealista.
Le cuesta conciliar el sueño. Cree que ha sido demasiado confiado, pero trata de no culparse por ello.





Ultimo día: La despedida
Domingo 25/02/2018
Después de repasar con detenimiento el equipaje y comprobar que todo se encuentra en orden. Sale de la habitación y se dirige a la recepción para hacer el check out. Avisa al recepcionista que la noche anterior había informado de que su avión salía por la mañana, pero que al comprobar el billete se ha percatado que la salida es a las 21h. Solicita dejar su equipaje en depósito. El recepcionista muy amablemente dice que, por supuesto, que no hay ningún problema. 
Sale del hotel a deambular por Quito las horas que le quedan, no lleva material fotográfico. Ya tiene suficientes imágenes.
Nadie le espera. Todavía tiene la sensación de que en cualquier momento se puede presentar Mario. Tiene la firme determinación de, si se topa con él, quitárselo de encima diciéndole que le deje en paz. Que se siente incómodo en su presencia.
Por otra parte, teme ser injusto con sus sospechas, pero se justifica diciéndose a sí mismo, que no tiene porqué estar sometido a un estado de incertidumbre permanente.
Definitivamente pasa página y se concentra en ir absorbiendo las últimas imágenes de Quito. El domingo, se ve un gran trasiego de gente paseando. En las calles peatonales se van concentrando infinidad de puestos ambulantes siendo los de artesanía los mas abundantes. Los artistas callejeros se colocan en lugares estratégicos animando el paseo matinal. Entra en la iglesia catedral, se acomoda en un banco, comienza la misa dominical y se queda a participar de la celebración. Observa que la mayoría de los presentes son gente madura. Al salir un grupo apostado en las escalinatas destroza con desafinando y fuera de compas canciones espirituales. Cuando termina el horrible concierto, un predicador con un altavoz, desgrana una interminable perorata ilustrada con permanentes citas bíblicas.
Reconoce el guion: Hermanos, yo he sido un gran pecador, mi vida se encontraba vacía y estaba colocado al borde del abismo, gracias al encuentro con el Señor, me he salvado, Dios me ha perdonado ¡Aleluya! ¡Dios es bueno! ¡Aleluya! 
El viajero se acomoda en los bancos de enfrente observando al público concentrado en derredor del orador. Habla sin descanso y cada vez que pronuncia el nombre de Jesús o Dios, arenga a la gente con sus aleluyas. 
Echa cuentas, y tiene la impresión de que hay más concentración de gente que en el interior del templo. Se mantiene unos minutos en la bancada de piedra, analizando la situación. El predicador se repite constantemente explicando lo malo que era y los graves pecados cometidos y que ahora está salvado gracias a Dios ¡Aleluya!.
Cansado de semejante farsa se retira discretamente del lugar.
Ya es mediodía y las calles peatonales están repletas de paseantes. Se dedica a observar a los trabajos artesanos: platería, repujado de cuero, cucharas de madera, sombreros, bisutería, punto de lana, mantelería etc.
Escucha música en un lugar próximo y se acerca. Acá un grupo interpreta boleros y música ecuatoriana de forma magistral. Mas allá otro muchacho en solitario con un gran dominio de la guitarra y excelente voz concentra un gran número de personas, algunas mujeres se animan a bailar.
Así transcurre la mañana del domingo. Una alegre despedida. 
A la hora del almuerzo le gente comienza a retirarse y los artistas recogen su equipo. El viajero compra unos cd les felicita y se va a un restaurante a almorzar.
Grata sorpresa, hay música en vivo. Tras el almuerzo se retira al hotel. Pide permiso para utilizar su computadora en el salón recibidor. Tiene más de dos horas para terminar de actualizar el blog.
Llega la hora de partir al aeropuerto. Se despide del hotel. Toma un taxi hasta el antiguo aeropuerto y, de allí, un bus hasta el Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre. Son las seis y media hora ecuatoriana: las 0:30 hora española del día 26 de febrero. El viajero pone su reloj de pulsera en hora española.



DE VUELTA A CASA
Lunes 26/02/2018
En el aeropuerto reina un auténtico caos. Una interminable fila en las ventanillas de Iberia, absolutamente desorganizada, se le presenta a la entrada. Pregunta que es lo que ocurre y nadie sabe darle una respuesta. Se integra en el barullo de la supuesta fila, algunas personas tratan de pasarse de listas y posicionarse en los primeros puestos, recibiendo como se merecen la recriminación de los que llevan rato esperando su turno. Pero, como la caradura de ciertos primates alcanza los mismos niveles que la estupidez; que según la frase atribuida a Einstein, puede llegar a ser infinita, al igual que la extensión del universo; aunque al parecer de esto último no tenía certeza absoluta; el empleado encargado de ir ordenando el acceso a las ventanillas de facturación de equipajes, les llama al orden y les pide que se incorporen al final de la larga fila.
Pero no se observa ni el más leve síntoma de vergüenza, más bien, con clara altanería, tratan de volver a colarse. El viajero, con claros signos de enfado, increpa a una señora que por tercera vez busca acomodo en los primeros lugares, apoyado en la reprimenda por otros pasajeros, hasta que, con evidentes signos de chulería, se ve obligada a guardar su turno como corresponde.
Poco a poco, se va restableciendo el orden. El encargado distribuye al pasaje en dos filas. La menos numerosa para los que ya han realizado el check in por internet, como es el caso de nuestro protagonista viajero.
Después de más de treinta minutos, consigue facturar su maleta y comienza el incómodo control policial. Esta vez el arco no pita y, después de vestirse las botas, y recoger los enseres de las bandejas, se traslada a la puerta de embarque. Todavía tiene unos minutos para tratar de gastar las monedas que le quedan y compra una tableta de chocolate.
Mientras espera acomodado en uno de los asientos de la sala, comienzan los avisos para embarcar. Escucha su nombre, pero no llega a comprender el motivo de la llamada. Se presenta y una agente de policía le pide que le acompañe. No es el único, otras dos personas más, que también han sido reclamadas, le acompañan. 
– ¡Apúrense! – les ordena, mientras habla por el walki –.
Entran en un ascensor, caminan deprisa por unos largos pasillos y entran en una sala en la que hay varios agentes, en un mostrador, revisando equipajes.
– Cojan su equipaje y deposítenlo en el mostrador para revisar. Dense prisa, por favor. – ordena de nuevo la agente con educada firmeza –.
El viajero se siente tranquilo, está convencido de que no lleva nada comprometido. Abre su maleta y un policía enguantado comprueba el contenido, pasa sus dedos por algunos lugares y los olfatea, mientras le pregunta qué lleva en uno de los paquetes:
– Es una lechuza de porcelana para mi nieta – responde el viajero –.
Con un cúter pincha en el embalaje y se aproxima el paquete para olfatearlo.
El viajero, mientras tanto, piensa que eso deberían controlarlo con perros entrenados. Pero se abstiene de hacer el menor comentario.
– Todo en orden señor. Muchas gracias. Disculpe las molestias – le dice el agente olfateador –.
De repente, le surge una inquietante duda. Aunque ha respondido que él ha hecho el equipaje y que lo ha tenido controlado en todo momento, recuerda la noche anterior y la visita de Mario.
– ¡Qué estúpido he sido! ¡Cómo he podido permitir que nadie entrara en mi habitación sin conocerlo, pudiendo haberme metido cualquier cosa en mi maleta en un descuido! – se recrimina interiormente –.
La agente vuelve a llevarles por otros pasillos, ascienden en otro ascensor y se encuentran de nuevo en el control policial. Otra vez a descalzarse, quitarse el cinturón, sacar la computadora y repetir el tedioso ritual.
Pasado el control, la policía del walki, les sigue apurando la marcha hasta llegar a la sala de embarque de nuevo. Justo en ese instante llaman a embarcar al grupo dos, el suyo: pasaporte, billete de embarque y ... a recorrer el pasillo haciendo dos filas para entrar en el avión.
– ¡Buff! ¡Por fín! se terminó la odisea – exclama el viajero al llegar a su asiento, a la par que saluda a su compañera de asiento –.
Cuando ya está permitido liberarse del cinturón, la muchacha de al lado, le solicita permiso para salir. A su vuelta le ruega que le cambie de asiento, porque tiene que ir con frecuencia al servicio. El viajero se lo cambia. Mientras tanto, piensa para sí:
– He pedido en la ventanilla de facturación de equipajes que me cambiaran a pasillo, argumentando que a mi edad necesito estirar de vez en cuando las piernas e ir al servicio, y esta niñata me viene con esas. Pues no me pienso cortar un pelo y, cuando me apetezca, le pediré que me deje salir, a ver si se entera.
En cualquier caso, el monitor del asiento que inicialmente tenía asignado el viajero no funciona y, con el cambio, podrá ver alguna peli para que el viaje le resulte más ameno.
El avión aterriza dentro del horario establecido. Vuelta a pasar controles, y esperar a que aparezca la maleta. Casi una hora.
Cómo ya tenía reservado un billete de bus en la T4 para Pamplona, se toma un café y espera pacientemente noventa minutos. Toma el autocar que le lleva a Soria y cambia de vehículo para tomar el de Pamplona.
A las veintiuna horas, después de dieciocho horas desde que despegó de Quito se encuentra en la estación de autobuses de Pamplona. Fin del trayecto.
Sus hijas Laura y Cecilia le esperan. Besos y abrazos. Llega a casa, cenan todos en familia; Asun, las hijas y el juguete de la familia: su nieta Sofía que, al verle tocado con su sombrero tarda mucho tiempo en darle cara, produciendo el natural jolgorio de todos.
Debe saludar a Bono, que le reclama insistentemente con sus ladridos. Mientras lo acaricia, le lame reiteradamente en señal de alegría por su vuelta.
Tortilla de patatas, jamón ibérico y buen vino. Justamente lo que deseaba. Hogar. ¡Dulce hogar!





EPÍLOGO POÉTICO
El penúltimo viaje del Viajero Solitario ha finalizado. Ya se encuentra en la tierra que le vio nacer y ha improvisado este poema que trata de resumir la esencia de lo que ha vivido:

ECUADOR ES AGUA

Agua, la que desde el cielo
envían los nubarrones,
la que tus plantas recogen
henchidas del elemento.

Agua que lleva en su seno,
nutrientes que van rio abajo,
agua en forma de lagunas,
anegando los cráteres
de tus volcanes dormidos.

Agua en rugientes cascadas,
que golpean incesantes,
las formaciones rocosas
sacando brillo a sus piedras.

Agua en torrentosos ríos,
que discurren por el fondo
de los cañones sombríos,
y cruzan los verdes valles
en meandros arenosos
de fértil tierra teñidos.

Agua dulce de la Sierra:
cristalinas aguas frescas;
agua de la Amazonía:
teñida de ocres colores;
agua salada en la Costa,
salpicada de islas bellas
pobladas de pescadores.

El agua, Ecuador querido,
llena de vida tu entorno.
Esa es tu mayor riqueza;
ese es tu mayor tesoro.

Gracias al agua, en tu seno,
en tus bosques tan frondosos:
habitan alegres aves,
lagartos del pleistoceno
y sinuosos reptiles,
insectos de todo tipo,
presumidas mariposas
y plantas tan caprichosas.

Gracias al agua, Ecuador:
los delfines, las tortugas,
las garzas depredadoras,
y los piqueros azules;
los pelícanos glotones,
y todo tipo de peces;
corales multicolores,
las mantas raya gigantes,
y las traidoras medusas,
conviven con sus disputas,
en armónico equilibrio
que da la naturaleza.

Ecuador es más que agua,
pero al viejo paseante,
le ha parecido mejor
hablar de tu gran riqueza:
la que riega las bananas,
la que arrozales inunda,
la que riega cafetales,
y al cacao que tanto estimo.
Esa que cuida con mimo
tu tierra maravillosa.

Los minerales preciosos,
y hasta el petróleo valioso,
nunca llegarán a darte,
lo que el agua te regala.
Por eso, Ecuador, amigo,
te ruego que nunca olvides,
que el agua es tu tesoro.

Agua que te da la vida,
agua que Dios te regala,
agua regalo del cielo,
agua que llena tu alma.



El viajero solitario.
Marzo de 2018









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